El último asesino by Peter Stothard

El último asesino by Peter Stothard

autor:Peter Stothard [Stothard, Peter]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Historia, Ciencias sociales
editor: ePubLibre
publicado: 2020-01-01T00:00:00+00:00


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Casio y Bruto

En el otoño del año 43 a. C., Casio de Parma se había hecho a la mar. La guerra que comenzara con un grito de libertad, o así le gustaba recordarlo a los asesinos, se había convertido para entonces en una guerra por dinero para impedir una venganza dirigida en su contra.

El teatro de esa guerra eran las aguas del Mediterráneo nororiental, el arco que recorría las costas de las provincias romanas de Macedonia, Asia y Siria y que conectaba Laodicea con Tarso; con Punta Cebolla en Chipre; con Janto, Rodas, Éfeso y Esmirna; con Troya —⁠⁠para aquéllos con la mente puesta en la lejana Antigüedad⁠⁠— y con Filipos, para aquellos concentrados en el futuro más cercano. La ubicación de estas ciudades a lo largo del contorno de Grecia y Asia las había transformado con anterioridad en campos de batalla romanos y se habían convertido en ciudades enemigas y ricas.

La nueva guerra de los romanos necesitaba una vez más de esas fortunas. Incluso las riquezas de Cleopatra, bien protegidas al sur, en la lejana Alejandría, se convirtieron en un objetivo. Las tormentas invernales no tardarían en llegar para despertar los miedos y supersticiones de los viejos marineros. Los asesinos necesitaban conseguir dinero con rapidez. La estrategia avanzaba a la par del enriquecimiento.

Cayo Casio, el más marcial de los asesinos de César ahora que Décimo y Trebonio estaban muertos, dirigió el saqueo de las costas. Después de la muerte de Dolabela, asaltó los templos y casas de Laodicea, o al menos las que no habían sido derribadas para obtener escombros con los que bloquear el puerto. En apenas un día, una ciudad próspera, que alguna vez abrigó la ambición de rivalizar con Alejandría, se vio reducida a la mera subsistencia.

La siguiente fuente de oro era Tarso, en el norte; para navegar hasta allí, el camino más rápido era el mar abierto, pero resultaba más seguro mantenerse cerca de la costa, sin perder de vista tierra firme. La ruta más larga empezaba en el norte del mar de Fenicia, atravesaba los vientos húmedos del golfo de Issos, el rincón más oriental del Mediterráneo, seguía más allá de la ciudad de Alejandreta y salía al canal de Cilicia, donde los mercaderes comerciaban con vino, cabras y telas bastas. No había dinero en el camino; sin embargo, tomar la ruta rápida y peligrosa era correr un riesgo innecesario desde el punto de vista de los extorsionadores: tenían ya suficientes enemigos humanos como para intentar también desafiar a la naturaleza.

La población de Tarso era tan poco fiable como el clima de los alrededores. Seis meses antes, en la carta enviada a Cicerón desde Punta Cebolla, Casio de Parma se había quejado con amargura de los locales: «nuestros peores aliados». Una facción había apoyado a los asesinos; otra había elegido respaldar a Dolabela. Después de la humillación de Laodicea, los ciudadanos de Tarso se vieron obligados a pagar la necesidad de efectivo de los asesinos. Cuando conocieron la suma, los magistrados vendieron como esclavos primero



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